Pasto, 14 de octubre de 1826.
A S. E. EL GENERAL ANDRÉS DE SANTA CRUZ.
Mi querido general:
Ayer he llegado a Pasto después de una marcha penosa por el invierno. Pasto está reviviendo y espero hacerle algunos bienes para que se restablezca.
He recibido una carta del Vicepresidente de tres pliegos, la cual me pinta el estado de Colombia como muy embrollado; pero luego que yo llegue a la capital todo se arreglará, y daré desde allá mejores ideas del estado de las cosas. De Páez no se añade nada, ni de O'Leary tampoco, que está en Venezuela. Pronto tendremos noticias de todos y, sin duda, satisfactorias, porque O'Leary llevó una misión pacífica, para aquel general, mía y del gobierno; por lo que me lisonjeo de buenos resultados.
Los colombianos ya le tienen envidia al Perú porque ven que eso marcha en orden y con los medios suficientes para existir. Todo esto se debe a la unidad de acción y a la reforma de lo inútil. Sigan Vds. esa marcha y se mantendrán en salud. Dios no permita que Vds. se organicen como Colombia: este es un edificio semejante al del Diablo, que arde por todas partes. Nada de aumentos, nada de reformas quijotescas que se llaman liberales; marchemos a la antigua española lentamente y viendo primero lo que hacemos. El cúmulo de instituciones y de leyes que he encontrado en Colombia, me ha aturdido de tal modo, que llego a temer la verificación de nuestro proyecto de unión. Esto se ha descompuesto mucho con esos malditos congresos de tontos pedantes. Cuando pienso en el congreso que Vds. han de reunir, tiemblo y tiemblo tanto más, cuanto que es bien difícil que yo esté para setiembre en esa capital: dos años de asiduo trabajo requiere Colombia para regenerar sus instituciones, harto liberales y lujosas. Algo temo el maldito ejemplo que hemos dado en este país, y lo que es más, temo que el mal sea difícil de curación. Cada uno quiere una cosa, y, por lo mismo, es muy difícil de contentar a todos. Lo que si puedo asegurar es que estoy resuelto a consultar al pueblo para que remedie sus propios daños, con ánimo de irme al Sur, para no volver más si la reforma que hacemos no se conforma con mis ideas. Pero ¡por Dios! conserven Vds. eso en estado de que yo lo ame; pues de otro modo, me voy hasta Europa y no pienso más en América, para no flotar perpetuamente en medio de mil agitaciones convulsivas.
El vicepresidente de Colombia le tiene envidia a la Virgen Bolivia, como la llama; dice que quiere irse para allá a gozar de los castos bienes de la libertad. Está enamorado de la conducta de Sucre y del pueblo que manda. Parece que los bolivianos no gustan mucho de la reunión al Perú, según me ha escrito el señor infante: dicen que temen a los facciosos de Lima. ¿Y que dirán de nuestros colombianos? (*) Ya estamos en estado de decir, a la francesa: sálvese el que pueda. El consejo no es muy americano, pero el mal tampoco lo es. Vds. vean bien lo que hacen, sin olvidar jamás los intereses peruanos; éstos serán siempre los míos, porque yo me aficiono cordialmente a todo lo que hago y me queda bien, como ha quedado el Perú, que ha quedado muy bien, digan lo que dijeren. En fin, ya es tiempo de terminar esta carta de imágenes tristes y de consejos prudentes. Vd. tendrá la bondad de leerla con mis amigos los señores ministros para que la vean y consulten, como a bien tengan. A esos señores, que no les escribo; no haría más que repetir estas expresiones, mientras que me falta el tiempo para despachar un correo al Norte y otro al Sur, en momentos muy apurados, porque también Pasto tiene sus negocios y sus pretendientes.
A los generales Meres y Lara que tengan esta carta por suya.
Soy de Vd. de corazón.
SIMON BOLÍVAR.
A S. E. EL GENERAL ANDRÉS DE SANTA CRUZ.
Mi querido general:
Ayer he llegado a Pasto después de una marcha penosa por el invierno. Pasto está reviviendo y espero hacerle algunos bienes para que se restablezca.
He recibido una carta del Vicepresidente de tres pliegos, la cual me pinta el estado de Colombia como muy embrollado; pero luego que yo llegue a la capital todo se arreglará, y daré desde allá mejores ideas del estado de las cosas. De Páez no se añade nada, ni de O'Leary tampoco, que está en Venezuela. Pronto tendremos noticias de todos y, sin duda, satisfactorias, porque O'Leary llevó una misión pacífica, para aquel general, mía y del gobierno; por lo que me lisonjeo de buenos resultados.
Los colombianos ya le tienen envidia al Perú porque ven que eso marcha en orden y con los medios suficientes para existir. Todo esto se debe a la unidad de acción y a la reforma de lo inútil. Sigan Vds. esa marcha y se mantendrán en salud. Dios no permita que Vds. se organicen como Colombia: este es un edificio semejante al del Diablo, que arde por todas partes. Nada de aumentos, nada de reformas quijotescas que se llaman liberales; marchemos a la antigua española lentamente y viendo primero lo que hacemos. El cúmulo de instituciones y de leyes que he encontrado en Colombia, me ha aturdido de tal modo, que llego a temer la verificación de nuestro proyecto de unión. Esto se ha descompuesto mucho con esos malditos congresos de tontos pedantes. Cuando pienso en el congreso que Vds. han de reunir, tiemblo y tiemblo tanto más, cuanto que es bien difícil que yo esté para setiembre en esa capital: dos años de asiduo trabajo requiere Colombia para regenerar sus instituciones, harto liberales y lujosas. Algo temo el maldito ejemplo que hemos dado en este país, y lo que es más, temo que el mal sea difícil de curación. Cada uno quiere una cosa, y, por lo mismo, es muy difícil de contentar a todos. Lo que si puedo asegurar es que estoy resuelto a consultar al pueblo para que remedie sus propios daños, con ánimo de irme al Sur, para no volver más si la reforma que hacemos no se conforma con mis ideas. Pero ¡por Dios! conserven Vds. eso en estado de que yo lo ame; pues de otro modo, me voy hasta Europa y no pienso más en América, para no flotar perpetuamente en medio de mil agitaciones convulsivas.
El vicepresidente de Colombia le tiene envidia a la Virgen Bolivia, como la llama; dice que quiere irse para allá a gozar de los castos bienes de la libertad. Está enamorado de la conducta de Sucre y del pueblo que manda. Parece que los bolivianos no gustan mucho de la reunión al Perú, según me ha escrito el señor infante: dicen que temen a los facciosos de Lima. ¿Y que dirán de nuestros colombianos? (*) Ya estamos en estado de decir, a la francesa: sálvese el que pueda. El consejo no es muy americano, pero el mal tampoco lo es. Vds. vean bien lo que hacen, sin olvidar jamás los intereses peruanos; éstos serán siempre los míos, porque yo me aficiono cordialmente a todo lo que hago y me queda bien, como ha quedado el Perú, que ha quedado muy bien, digan lo que dijeren. En fin, ya es tiempo de terminar esta carta de imágenes tristes y de consejos prudentes. Vd. tendrá la bondad de leerla con mis amigos los señores ministros para que la vean y consulten, como a bien tengan. A esos señores, que no les escribo; no haría más que repetir estas expresiones, mientras que me falta el tiempo para despachar un correo al Norte y otro al Sur, en momentos muy apurados, porque también Pasto tiene sus negocios y sus pretendientes.
A los generales Meres y Lara que tengan esta carta por suya.
Soy de Vd. de corazón.
SIMON BOLÍVAR.
(*) Testado en el original: “que se han vuelto argentinos? “.
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