Arequipa, 15 de mayo de 1825.
A S. E. EL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO, ANTONIO JOSÉ DE SUCRE.
Mi querido general:
Ayer al llegar aquí he recibido sus dos cartas del 27 en Chuquisaca con un oficio del general Arenales, en que me dice que su gobierno le ha ordenado coloque esas provincias en estado de decidir de sus intereses y gobierno. Esta representación de parte del general Arenales me ha decidido a dar el decreto que acompaño para que se cumpla y ponga en ejecución inmediatamente. Vd. verá por él que concilio todo lo que es conciliable, entre intereses y extremos opuestos. No creo que de ningún modo me puedan culpar los pretendientes al Alto Perú, porque sostengo, por una parte, el decreto del congreso peruano, y adhiero, por otra, a la voluntad del gobierno de Buenos Aires. Por supuesto, dejo en libertad al Alto Perú para que exprese libremente su voluntad. A pesar de todo esto estoy cierto que todos quedarán disgustados, porque no hago más que paliar, o más bien, neutralizar las diferentes medidas que cada uno querría adoptar, porque, entre partes contendientes, los juicios que más participan de la equidad, son los que menos se agradecen, porque son los que menos satisfacen a las dos partes. Diré a Vd. de una vez mi pensamiento. Yo no habría dado jamás este decreto si las cosas no hubiesen llegado al estado en que se encuentran; mas como mi poder no es retroactivo, me ha sido imposible dejar de obrar de este modo. Los sentimientos de Vd., con los míos, concuerdan de un modo tan maravilloso, que no puedo menos de confesar a Vd. que yo hubiera deseado que Vd. diese el paso que dió para dejar en amplia libertad a esas provincias cuyas cadenas acababa de romper; también quería yo cumplir con mi deber no haciendo más que obedecer a los que me han dado la autoridad que ejerzo; autoridad que yo no debo contrariar en nada, aunque sus decisiones mismas sean opuestas a las reglas más liberales de la política. No debo dejar de declarar a Vd. francamente que yo no me creo autorizado para dar este decreto, y que solamente la fuerza de las circunstancias me lo arrancaron, por no dejar mal puesta la conducta de Vd., por complacer al Alto Perú, por acceder al Rió de la Plata, por mostrar la liberalidad del congreso del Perú y por poner a cubierto mi reputación de amante a la soberanía popular y a las instituciones más libres. En fin, el decreto se ha dado bajo los auspicios del candor, de la buena fe y de la imparcialidad. ¡Ojalá sea recibido por las mismas virtudes tutelares que lo han dictado!!
Para dejar en plena libertad a esas provincias de obrar sin coacción, he determinado no ir al Alto Perú sino dentro de dos meses cumplidos. Entre tanto pasaré por el Cuzco a arreglar negocios, y me detendré aquí con el mismo objeto. Así, para cuando yo llegue al Alto Perú, la asamblea habrá decidido las cuestiones que ella misma se proponga sobre sus intereses y gobierno, como dice el general Arenales. Esta debe ser la base de sus deliberaciones para no dejar derecho al Río de la Plata para que nos impute ninguna usurpación o inmisión en sus negocios nacionales, pues francamente hablando nosotros no tenemos derecho para introducir ninguna cuestión en esa asamblea que pueda producir un principio fundamental para sus instituciones. Por lo mismo, Vd. ponga en ejecución el decreto de hoy, mandando que se reuna inmediatamente en un lugar dado, que Vd. señalará, la asamblea general. El lugar de la asamblea debe estar despejado de tropas del ejército libertador a veinte leguas en contorno. Ningún militar se encontrará en todo el ámbito señalado. Un juez civil mandará dicho lugar, y, por supuesto, Vd. estará lo más lejos que pueda; pero de ningún modo deberá Vd. abandonar el territorio del Alto Perú; porque su mando le está enteramente cometido. Vd. dará una proclama a esos pueblos diciéndoles estrictamente: "que yo no visitaré esas provincias hasta que no hayan concluido sus sesiones; que dichas sesiones no son más que puramente deliberativas; que no tendrán ningún efecto actual mientras que el congreso del Perú no haya determinado lo que el Libertador y el ejército unido debe ejecutar con respecto a dichas provincias: que la asamblea se reunirá en un lugar, en el cual no habrá un solo individuo del ejército libertador a veinte leguas en contorno, para impedir toda acusación de influencia militar en las actas de sus representantes". Todo esto debe Vd. adornarlo con la elegancia militar de un soldado que habla a hombres civiles. Yo creo también que Vd. deberá hacer un discurso apertorio de las sesiones de la asamblea, diciendo sencillamente las miras que Vd. se propuso al entrar en el territorio del Alto Perú, mi sumisión al congreso peruano, y los deseos del gobierno del Río de la Plata expresados por el general Arenales. Todo con propiedad y justicia. Me parecía bien que Vd. hiciera el borrador y me lo mandara al Cuzco para yo verlo y opinar sobre su mérito. Este discurso deberá ser remitido al presidente de la asamblea.
Emplee Vd. su tiempo, mientras tanto, en arreglar lo mejor que pueda la administración de hacienda, suprimiendo los destinos que sean inútiles o no muy necesarios. Esto es indispensable y conforme a mis decretos y providencias. Mire Vd. que hay un desorden espantoso: los gastos son inmensos y nuestras necesidades más inmensas aun. Aquí se han gastado quinientos mil pesos en tres meses. Esto es horrible y ruinoso en extremo; pero yo pondré remedio a todo, lo mismo que en el Cuzco donde sucede otro tanto.
Yo contaba con el dinero que tenía aquí Cochrane para pagar una parte de los ajustes que había ofrecido al ejército; pero no he encontrado aquí nada, porque lo han gastado: así va todo, pero es preciso que no vaya. Por lo mismo, Vd. puede reformar allá todo; y yo de este lado del Desaguadero.
El estado mayor debe haber comunicado a Vd. mi orden de no considerar en campaña a los cuerpos que hayan llegado de diferentes guarniciones que ocupan, desde el mismo día en que llegaron a dichas guarniciones. Por consiguiente, a la tropa debe descontársele el valor de las raciones y el valor del vestuario de lo que reciba mensualmente; quiero decir, a la tropa se le debe pagar íntegramente su sueldo mensual descontándole, primero, el valor de la ración que se le debe dar en especie, y segundo, la sexta parte del valor del vestuario que haya recibido; porque yo supongo que un vestuario dura seis meses, y que cada seis meses debe dársele otro. Desde luego un vestido ordinario y miserable bien puede valer quince pesos; y, por lo mismo, se le puede descontar a la tropa veinte reales al mes por el vestuario; pero si este vestuario es rico como el que ha dado el general Lara a su división, es de un precio tan alto, que es preciso descontárselo del valor de sus ajustes pasados. Lo mismo digo por lo que respecta a lo que haya pasado por allá o en alguno de los cuerpos del ejército unido que estén en cualquiera otro lugar.
Mi querido general, Vd. debe suponer que el ejército del Perú pasa actualmente de 20.000 hombres, que el valor de sus ajustes pasa de dos millones, que nuestro trasporte a Colombia costará mucho, lo mismo que las recompensas extraordinarias decretadas por el congreso, que la lista civil es poco menos que la militar; y que la escuadra, las relaciones exteriores y las deudas atrasadas me tienen desesperado. Últimamente, yo supongo que Vd. tomará tanta parte como yo en la economía y en el ahorro, para que no nos veamos más apurados aún. Yo pienso mandar 3.000 hombres a Colombia, 1.500 con un batallón de Lara; y otros tantos con un batallón de Córdoba; pero estos batallones deben ir compuestos de colombianos del Sur y de peruanos. Tome Vd. sus medidas por allá para que esta disposición se cumpla dentro de dos meses lo más tarde; por el puerto de Arica el batallón de Córdoba, y por Quilca el de Lara. Ningún venezolano ni granadino debe marchar en estos batallones, excepto jefes y oficiales, que pueden ser de cualquier parte, o alguno que otro sargento muy indispensable.
Sepa Vd. que no hay el más remoto temor de expedición de España, ni de miras hostiles de la Santa Alianza. Por lo mismo, mi intención y mis deseos son, que el ejército libertador quede casi en cuadro; que los cuerpos de Colombia sólo queden con sus colombianos; que los cuerpos del Alto y Bajo Perú, queden reducidos a muy pocas plazas a fin de que nuestros gastos se disminuyan y podamos pagar bien a los que sirven al estado. Con 4.000 hombres en el Alto Perú es bastante guarnición, dos aquí, dos en Lima, y mil entre el Cuzco y Huamanga es más que suficiente guarnición para un estado que está en paz. Quedando los cuadros, en dos meses se forma un bello ejército contra toda la América, (si fuere preciso). De otro modo nos haremos insoportables y tiránicos para mantener una masa tan enorme.
Haga Vd. refundir los cuerpos mal organizados en otros que lo estén mejor, para que la composición de los que queden sea completa y perfecta. Los escuadrones deberán quedar a 100 plazas, y los batallones a 400 de ocho compañías, todos formados en regimientos, conforme al decreto que está en la "Gaceta de Gobierno" que Vd. debe haber visto, pues el ministro de la guerra se la ha remitido. En esta reforma es preciso andar de prisa, con mucha política y circunspección para no disgustar ni hacer desconfiar a nadie. Los militares que se reformen y sean honrados, que se destinen civilmente.
Yo saldré de aquí, dentro de quince o veinte días, para el Cuzco: gastaré en el camino ocho o diez días. Esto quiere decir que estaré en el Cuzco a mediados de junio; saldré de allí el 1° de julio para Puno; marcharé lentamente en todo el mes de julio hasta llegar a La Paz, que será después de que se haya celebrado la asamblea. Esta asamblea no puede durar arriba de ocho o quince días; porque no tiene más que una sola cuestión que decidir, que es la misma de que habla Arenales. Me parece que el muy célebre y digno patriota Olañeta debería verse con Vd. para que en la asamblea manifestase aquellas ideas que se conformasen con el decreto del congreso del Perú y con el mío de hoy, a fin de evitar retardos y embarazos desagradables. Yo no saldré una línea del decreto del congreso, porque no puedo absoluta, absolutamente. Dígaselo Vd. así a esos señores para su inteligencia y gobierno, porque yo soy tan esclavo de la ley, como el soldado de su disciplina y el presidiario de su cómitre.
El general Santa Cruz debe ser nombrado de prefecto del departamento de La Paz en lugar del general Lanza; y el general Alvarado de prefecto en lugar del coronel Ortega u otro cualquiera de menos servicios y capacidad que él. En cuanto al primero, hágalo Vd. inmediatamente. El general Alvarado irá para allá dentro de poco. Estos dos sujetos son irrecusables, y además muy dignos y capaces de tales mandos. Tenga Vd. la bondad de hablar de mi parte al general Santa Cruz, sobre mis intenciones con respecto a su país, a fin de que pueda unir, sus sentimientos a los míos. Yo creo que este general servirá perfectamente a la causa del Alto y Bajo Perú; y creo otro tanto del general Alvarado.
Diré a Vd,, de paso, que el nombramiento de un colombiano para prefecto en esas provincias no me gusta nada; mucho menos en Ortega, que aunque sea mártir, es un necio embustero.
Recomiendo a Vd. la lectura de esta carta más de una vez, porque es muy importante, según me parece.
El gobierno de Colombia ha nombrado a Vd. y a todos los demás conforme a lo que Vd. hizo y yo, con la antigüedad de 9 de diciembre. El congreso nos ha decretado un triunfo; una espada para Vd. y un escudo para el ejército. Yo traigo a Vd. un uniforme de general en jefe colombiano, y la espada que el gobierno del Perú le ha dado. Yo quiero ponerle el uniforme al Mariscal de Ayacucho, y ceñirle la espada de Pichincha en el Alto Perú libertado por la espada de Ayacucho. Esta ceremonia no debe ser menos que lisonjera y altamente honrosa para el vengador de los Incas, restaurador de sus hijos, libertador del Perú.
Aquí debe concluir esta carta, porque ya no puedo decir nada más que sea digno de Vd., sino que soy su mejor amigo de corazón.
BOLÍVAR.
A S. E. EL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO, ANTONIO JOSÉ DE SUCRE.
Mi querido general:
Ayer al llegar aquí he recibido sus dos cartas del 27 en Chuquisaca con un oficio del general Arenales, en que me dice que su gobierno le ha ordenado coloque esas provincias en estado de decidir de sus intereses y gobierno. Esta representación de parte del general Arenales me ha decidido a dar el decreto que acompaño para que se cumpla y ponga en ejecución inmediatamente. Vd. verá por él que concilio todo lo que es conciliable, entre intereses y extremos opuestos. No creo que de ningún modo me puedan culpar los pretendientes al Alto Perú, porque sostengo, por una parte, el decreto del congreso peruano, y adhiero, por otra, a la voluntad del gobierno de Buenos Aires. Por supuesto, dejo en libertad al Alto Perú para que exprese libremente su voluntad. A pesar de todo esto estoy cierto que todos quedarán disgustados, porque no hago más que paliar, o más bien, neutralizar las diferentes medidas que cada uno querría adoptar, porque, entre partes contendientes, los juicios que más participan de la equidad, son los que menos se agradecen, porque son los que menos satisfacen a las dos partes. Diré a Vd. de una vez mi pensamiento. Yo no habría dado jamás este decreto si las cosas no hubiesen llegado al estado en que se encuentran; mas como mi poder no es retroactivo, me ha sido imposible dejar de obrar de este modo. Los sentimientos de Vd., con los míos, concuerdan de un modo tan maravilloso, que no puedo menos de confesar a Vd. que yo hubiera deseado que Vd. diese el paso que dió para dejar en amplia libertad a esas provincias cuyas cadenas acababa de romper; también quería yo cumplir con mi deber no haciendo más que obedecer a los que me han dado la autoridad que ejerzo; autoridad que yo no debo contrariar en nada, aunque sus decisiones mismas sean opuestas a las reglas más liberales de la política. No debo dejar de declarar a Vd. francamente que yo no me creo autorizado para dar este decreto, y que solamente la fuerza de las circunstancias me lo arrancaron, por no dejar mal puesta la conducta de Vd., por complacer al Alto Perú, por acceder al Rió de la Plata, por mostrar la liberalidad del congreso del Perú y por poner a cubierto mi reputación de amante a la soberanía popular y a las instituciones más libres. En fin, el decreto se ha dado bajo los auspicios del candor, de la buena fe y de la imparcialidad. ¡Ojalá sea recibido por las mismas virtudes tutelares que lo han dictado!!
Para dejar en plena libertad a esas provincias de obrar sin coacción, he determinado no ir al Alto Perú sino dentro de dos meses cumplidos. Entre tanto pasaré por el Cuzco a arreglar negocios, y me detendré aquí con el mismo objeto. Así, para cuando yo llegue al Alto Perú, la asamblea habrá decidido las cuestiones que ella misma se proponga sobre sus intereses y gobierno, como dice el general Arenales. Esta debe ser la base de sus deliberaciones para no dejar derecho al Río de la Plata para que nos impute ninguna usurpación o inmisión en sus negocios nacionales, pues francamente hablando nosotros no tenemos derecho para introducir ninguna cuestión en esa asamblea que pueda producir un principio fundamental para sus instituciones. Por lo mismo, Vd. ponga en ejecución el decreto de hoy, mandando que se reuna inmediatamente en un lugar dado, que Vd. señalará, la asamblea general. El lugar de la asamblea debe estar despejado de tropas del ejército libertador a veinte leguas en contorno. Ningún militar se encontrará en todo el ámbito señalado. Un juez civil mandará dicho lugar, y, por supuesto, Vd. estará lo más lejos que pueda; pero de ningún modo deberá Vd. abandonar el territorio del Alto Perú; porque su mando le está enteramente cometido. Vd. dará una proclama a esos pueblos diciéndoles estrictamente: "que yo no visitaré esas provincias hasta que no hayan concluido sus sesiones; que dichas sesiones no son más que puramente deliberativas; que no tendrán ningún efecto actual mientras que el congreso del Perú no haya determinado lo que el Libertador y el ejército unido debe ejecutar con respecto a dichas provincias: que la asamblea se reunirá en un lugar, en el cual no habrá un solo individuo del ejército libertador a veinte leguas en contorno, para impedir toda acusación de influencia militar en las actas de sus representantes". Todo esto debe Vd. adornarlo con la elegancia militar de un soldado que habla a hombres civiles. Yo creo también que Vd. deberá hacer un discurso apertorio de las sesiones de la asamblea, diciendo sencillamente las miras que Vd. se propuso al entrar en el territorio del Alto Perú, mi sumisión al congreso peruano, y los deseos del gobierno del Río de la Plata expresados por el general Arenales. Todo con propiedad y justicia. Me parecía bien que Vd. hiciera el borrador y me lo mandara al Cuzco para yo verlo y opinar sobre su mérito. Este discurso deberá ser remitido al presidente de la asamblea.
Emplee Vd. su tiempo, mientras tanto, en arreglar lo mejor que pueda la administración de hacienda, suprimiendo los destinos que sean inútiles o no muy necesarios. Esto es indispensable y conforme a mis decretos y providencias. Mire Vd. que hay un desorden espantoso: los gastos son inmensos y nuestras necesidades más inmensas aun. Aquí se han gastado quinientos mil pesos en tres meses. Esto es horrible y ruinoso en extremo; pero yo pondré remedio a todo, lo mismo que en el Cuzco donde sucede otro tanto.
Yo contaba con el dinero que tenía aquí Cochrane para pagar una parte de los ajustes que había ofrecido al ejército; pero no he encontrado aquí nada, porque lo han gastado: así va todo, pero es preciso que no vaya. Por lo mismo, Vd. puede reformar allá todo; y yo de este lado del Desaguadero.
El estado mayor debe haber comunicado a Vd. mi orden de no considerar en campaña a los cuerpos que hayan llegado de diferentes guarniciones que ocupan, desde el mismo día en que llegaron a dichas guarniciones. Por consiguiente, a la tropa debe descontársele el valor de las raciones y el valor del vestuario de lo que reciba mensualmente; quiero decir, a la tropa se le debe pagar íntegramente su sueldo mensual descontándole, primero, el valor de la ración que se le debe dar en especie, y segundo, la sexta parte del valor del vestuario que haya recibido; porque yo supongo que un vestuario dura seis meses, y que cada seis meses debe dársele otro. Desde luego un vestido ordinario y miserable bien puede valer quince pesos; y, por lo mismo, se le puede descontar a la tropa veinte reales al mes por el vestuario; pero si este vestuario es rico como el que ha dado el general Lara a su división, es de un precio tan alto, que es preciso descontárselo del valor de sus ajustes pasados. Lo mismo digo por lo que respecta a lo que haya pasado por allá o en alguno de los cuerpos del ejército unido que estén en cualquiera otro lugar.
Mi querido general, Vd. debe suponer que el ejército del Perú pasa actualmente de 20.000 hombres, que el valor de sus ajustes pasa de dos millones, que nuestro trasporte a Colombia costará mucho, lo mismo que las recompensas extraordinarias decretadas por el congreso, que la lista civil es poco menos que la militar; y que la escuadra, las relaciones exteriores y las deudas atrasadas me tienen desesperado. Últimamente, yo supongo que Vd. tomará tanta parte como yo en la economía y en el ahorro, para que no nos veamos más apurados aún. Yo pienso mandar 3.000 hombres a Colombia, 1.500 con un batallón de Lara; y otros tantos con un batallón de Córdoba; pero estos batallones deben ir compuestos de colombianos del Sur y de peruanos. Tome Vd. sus medidas por allá para que esta disposición se cumpla dentro de dos meses lo más tarde; por el puerto de Arica el batallón de Córdoba, y por Quilca el de Lara. Ningún venezolano ni granadino debe marchar en estos batallones, excepto jefes y oficiales, que pueden ser de cualquier parte, o alguno que otro sargento muy indispensable.
Sepa Vd. que no hay el más remoto temor de expedición de España, ni de miras hostiles de la Santa Alianza. Por lo mismo, mi intención y mis deseos son, que el ejército libertador quede casi en cuadro; que los cuerpos de Colombia sólo queden con sus colombianos; que los cuerpos del Alto y Bajo Perú, queden reducidos a muy pocas plazas a fin de que nuestros gastos se disminuyan y podamos pagar bien a los que sirven al estado. Con 4.000 hombres en el Alto Perú es bastante guarnición, dos aquí, dos en Lima, y mil entre el Cuzco y Huamanga es más que suficiente guarnición para un estado que está en paz. Quedando los cuadros, en dos meses se forma un bello ejército contra toda la América, (si fuere preciso). De otro modo nos haremos insoportables y tiránicos para mantener una masa tan enorme.
Haga Vd. refundir los cuerpos mal organizados en otros que lo estén mejor, para que la composición de los que queden sea completa y perfecta. Los escuadrones deberán quedar a 100 plazas, y los batallones a 400 de ocho compañías, todos formados en regimientos, conforme al decreto que está en la "Gaceta de Gobierno" que Vd. debe haber visto, pues el ministro de la guerra se la ha remitido. En esta reforma es preciso andar de prisa, con mucha política y circunspección para no disgustar ni hacer desconfiar a nadie. Los militares que se reformen y sean honrados, que se destinen civilmente.
Yo saldré de aquí, dentro de quince o veinte días, para el Cuzco: gastaré en el camino ocho o diez días. Esto quiere decir que estaré en el Cuzco a mediados de junio; saldré de allí el 1° de julio para Puno; marcharé lentamente en todo el mes de julio hasta llegar a La Paz, que será después de que se haya celebrado la asamblea. Esta asamblea no puede durar arriba de ocho o quince días; porque no tiene más que una sola cuestión que decidir, que es la misma de que habla Arenales. Me parece que el muy célebre y digno patriota Olañeta debería verse con Vd. para que en la asamblea manifestase aquellas ideas que se conformasen con el decreto del congreso del Perú y con el mío de hoy, a fin de evitar retardos y embarazos desagradables. Yo no saldré una línea del decreto del congreso, porque no puedo absoluta, absolutamente. Dígaselo Vd. así a esos señores para su inteligencia y gobierno, porque yo soy tan esclavo de la ley, como el soldado de su disciplina y el presidiario de su cómitre.
El general Santa Cruz debe ser nombrado de prefecto del departamento de La Paz en lugar del general Lanza; y el general Alvarado de prefecto en lugar del coronel Ortega u otro cualquiera de menos servicios y capacidad que él. En cuanto al primero, hágalo Vd. inmediatamente. El general Alvarado irá para allá dentro de poco. Estos dos sujetos son irrecusables, y además muy dignos y capaces de tales mandos. Tenga Vd. la bondad de hablar de mi parte al general Santa Cruz, sobre mis intenciones con respecto a su país, a fin de que pueda unir, sus sentimientos a los míos. Yo creo que este general servirá perfectamente a la causa del Alto y Bajo Perú; y creo otro tanto del general Alvarado.
Diré a Vd,, de paso, que el nombramiento de un colombiano para prefecto en esas provincias no me gusta nada; mucho menos en Ortega, que aunque sea mártir, es un necio embustero.
Recomiendo a Vd. la lectura de esta carta más de una vez, porque es muy importante, según me parece.
El gobierno de Colombia ha nombrado a Vd. y a todos los demás conforme a lo que Vd. hizo y yo, con la antigüedad de 9 de diciembre. El congreso nos ha decretado un triunfo; una espada para Vd. y un escudo para el ejército. Yo traigo a Vd. un uniforme de general en jefe colombiano, y la espada que el gobierno del Perú le ha dado. Yo quiero ponerle el uniforme al Mariscal de Ayacucho, y ceñirle la espada de Pichincha en el Alto Perú libertado por la espada de Ayacucho. Esta ceremonia no debe ser menos que lisonjera y altamente honrosa para el vengador de los Incas, restaurador de sus hijos, libertador del Perú.
Aquí debe concluir esta carta, porque ya no puedo decir nada más que sea digno de Vd., sino que soy su mejor amigo de corazón.
BOLÍVAR.
2 comentarios:
genial :)
esa corto pues
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